Eduardo

Hace tiempo que su familia abandonó al pobre Eduardo en una residencia de ancianos. Tenía alzhéimer  y sus hijos no contaban con el tiempo suficiente —ni lo buscaban— para cuidarlo. Aunque a decir verdad, se hospedaba en la residencia desde antes de que le diagnosticasen esa enfermedad que deja indiferente a sus víctimas, pero bueno, no quiero meterme con su familia pues la historia no va de eso.

A Eduardo siempre le había gustado escribir y pasear, y si todavía existía algo que recordase, era eso mismo. Lamentablemente para los lectores, ese atesoramiento de escribir historias incesantes y humildes se había esfumado —al menos para vosotros—, ahora escribe un diario.

También le gusta pasear. No entiende por qué, pero recuerda un camino que empieza en la residencia pero que no sabe dónde acaba. Siempre lo transita después de comer; se pone su chaqueta de color añil —de su difunto hermano— y sale a dar una vuelta por el camino de siempre, pero con un misterioso destino, que enciende en él esa llama de intriga y emoción; esa llama que le mantenía vivo en esta trivial ciénaga.

Al llegar al destino, sus pupilas se dilataban y su corazón latía de emoción, repleto de energía. Siempre decía: “es increíblemente mejor de lo que me esperaba”, sonreía, y cerraba los ojos. Suspiraba respirando aire fresco, sintiendo cada textura de cada objeto, palpando cada posible pensamiento de los viandantes, mostrando empatía para con ellos; siendo ellos y él al mismo tiempo.

Luego volvía a la residencia, cenaba y escribía en el diario todo sentimiento y aventura vivida dicho día. Nunca miraba hacia atrás, lo escribía y, cómo si intentase despegarse de su enfermedad materializándola, abandonaba las hojas al amparo del pasado.

Mientras Eduardo dormía, cada noche un pequeño diablillo, escondido bajo las sombras de las estrellas, se adentraba en su mente, cambiando la ruta de su paseo, insertándole así una nueva.

Un día, se despertó sabiendo que era su hora. Ese día no recordaba ninguna ruta.

Se levantó de la cama, cogió el diario, se sentó, y decidió leerlo. Se lo pasó cual niño en un parque, era increíble que no recordase esos viajes; mas no le importó, pues supo que era mejor así. Estuvo el día entero leyendo y riendo, se sentía feliz.

Y en la realidad de su mente, todo fue emoción y alegría.

Cuando acabo de leer se metió en la cama de nuevo —con una sonrisa sincera en su cara—, para irse a dormir junto a sus recuerdos; para vivir por siempre con ellos.

8 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Una historia tierna, dulce y triste al mismo tiempo. Vaya como que me hiciste llorar. Besos a tu alma.

    Le gusta a 1 persona

    1. Vais a hacer que me sonroje :P.
      Me alegra muchísimo que os guste, de verdad.
      Besos.

      Le gusta a 1 persona

  2. franizquiero dice:

    Reblogueó esto en Ilusión en proceso de aprendizajey comentado:
    He aquí un lacónico relato que, además de entretener, invita a la reflexión.

    Le gusta a 1 persona

    1. Es un placer que te haya gustado y que lo compartas.
      Un saludo:)

      Le gusta a 1 persona

      1. franizquiero dice:

        Si lees algo y te gusta lo normal es compartirlo, entiendo que es la única forma eficaz de darnos a conocer unos a otros.
        Saludos

        Le gusta a 1 persona

      2. Toda la razón.
        Saludos

        Le gusta a 1 persona

  3. Me ha encantado, es muy tierno. Es precioso…, no sé qué decir, que me has emocionado (y de eso se trata).

    Le gusta a 2 personas

    1. Me alegra un montón que te haya encantado. Yo también me emocioné al escribirlo y me alegro que haya conseguido transmitir ese sentimiento.:)
      Un abrazo

      Le gusta a 2 personas

Deja un comentario